Mi abuela en tiempos de coronavirus

Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses

Con esto del coronavirus, ando preocupado por mi abuela Achebe. A raíz de las nuevas medidas del Gobierno, la nona está considerada “población de riesgo” y debe quedarse en casa. Como no le gusta la tele ni la radio, se le ha ocurrido entretenerse con el teléfono fijo, porque dice que ya nadie le presta atención al aparato con tantas redes sociales y celulares. Mi mamá opina que está muy bien que hayan catalogado a la abuela como “población de riesgo”, pero no entiende por qué debemos ser nosotros los que suframos sus inconductas. Mi padre dice que el Gobierno y mamá exageran, porque la abuela sabe defenderse y no debería estar en cuarentena. La última vez que salimos a buscarla (hacía tres días que no volvía), nos topamos con un tumulto en el Anfiteatro de las Américas. Temimos lo peor para la nona, pero nos equivocamos: Achebe estaba diez puntos, no así un amigo que conoció años atrás en La Biela, quien se hallaba en coma etílico. “Son cosas que pasan”, dice papá cada vez que rescatamos a la abuela, quien, ahora, no hace otra cosa que montar guardia en el living, pegadita al teléfono de línea. Desde allí, le encanta llamar al delivery para pedir pizza, empanadas o helado. Lo hace a cualquier hora, cuando pinta el hambre. Los pibes ya no vienen, porque la abuela compra fiado. Uno solo cayó en la trampa y todavía quiere cobrar. Pensando en el bien de la humanidad, la abu responde a todas las encuestas. También se afilió a Greenpeace y se sumó a la lucha contra el hambre en Eritrea, Etiopía y Gambia. Ya sacó un par de tarjetas de crédito y débito en el Banco Francés y el Provincia, contrató un seguro de vida, compró un nicho en un cementerio privado e hizo grandes inversiones en Medio Oriente. Es una genia la abuela: le ha vuelto a dar vida al teléfono fijo. Lo malo del asunto es que el lunes sufrió un intento de secuestro virtual. Los estafadores le decían que tenían a su nieto más querido. Sé del profundo dolor que le debe haber causado que yo estuviese en peligro, pero —apelando a sus dotes actorales (como, si en verdad, no le importase mi destino)— les contestó: “¡Hacen muy bien, che!”. Luego, preguntó: “¿No me pasarían a buscar?”, y les dio la dirección de casa. Estoy preocupado por la abuela: la veo muy esperanzada y tengo miedo de que estos nuevos amigos le roben la ilusión.

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About José María Marcos (Editor)

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