Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses
Pocos saben que en Sol de Oro hubo un intento de iniciar un culto que no prosperó. Fue una iniciativa dirigida por el petizo Antonio Garúa, también conocido como “el Cura Chiquito”, que llegó desde Tucumán en el 86 y que se decía seguidor de Tibor Gordon y no de Roma. Chiquito estableció su templo cerca del arroyo, cuando aún era descampado, y empezó celebrar sus misas con relativo éxito. Relativo, porque Chiquito era incapaz de ganarse la confianza de doña Ramona Aguirre, fervorosa dirigente católica. No es que el Cura Chiquito diera malos sermones parado en un banquito, sino que venía acompañado por —en palabras de doña Ramona— “un ser indeseable”: una cabra. El animal en cuestión respondía al nombre de Carmelita Descalza, y era el único recuerdo que el cura tenía de su Tucumán querido. Doña Ramona decía que el diablo solía ser representado por cabras, e insistía en que no pondría un solo pie en el templo hasta que Chiquito echara a Carmelita. Un domingo, el Cura terminó de dar su misa, y se fue a jugar a las bochas, olvidando cerrar la puerta del corral al costado de su iglesia. Carmelita, al verse libre, entró en el templo y descubrió una botella metálica que brillaba sobre una mesa. Topó la mesa, y la botella cayó y derramó un líquido rojo que degustó con ganas, conociendo las delicias del vino. Dios quiso que Doña Ramona justo pasara por la iglesia y se horrorizara con ese animal haciendo pedazos el templo. Ni lenta ni perezosa, a los gritos, formó una cuadrilla vecinal con el fin de acabar con la cabra. Un fiel seguidor de Chiquito le avisó que estaban corriendo a Carmelita por todo Sol de Oro. El cura acudió con desesperación, alzó en brazos a la borracha y asustada cabra y escapó por la ruta 205. Nadie lo volvió a ver y el templo se fue desarmando de a poco, a medida que un vecino se llevaba una chapa, otro una puerta, y así con el resto. Hoy en día, los tiempos cambiaron, y los vecinos del barrio ponen gesto vergonzoso y dicen que no recuerdan a ningún Chiquito ni a ninguna cabra llamada Carmelita Descalza. La única que parece recordar al dúo es Doña Ramona, que no pierde oportunidad de sonreír, levantar un puño y recordar el día que expulsó al diablo del barrio.
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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024
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