Por María Cecilia Gilardoni | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses
Y entonces, a las cuatro de la mañana se despertó. Una idea iluminada durante el sueño hizo que saltara de la cama sin encender la luz. ¿Para qué?, pensó. La Luna llena entraba por la ventana, así, literalmente.
El jueves que dejó en las pantuflas ya era ayer, y en él quedó fijada su mudanza número quince. La que la llevó a Canning y a una casa por domesticar: adaptaciones, un lavarropas de recorrido épico, cortinas. El Cyber Monday le había dejado la promesa de las blackout, y no cumplieron.
Pero volvamos a la Luna en el cuarto. No era su luz. Era la Luna en persona que, de visita, ponía su foco sobre la preocupación que mantuvo a María insomne un largo rato. Antes de acostarse, había querido programar un lavado y, tras advertir que el sistema no le respondía, abandonó la causa quedando tildado su dispositivo de alerta. También el del lavarropas.
El sistema bancario y todas sus opciones de consumo jamás le resultaron amigables. Angustiada, pensaba en que tendría que acudir una vez más al Cyber Monday, aunque, por el día de la semana y la situación, creía estar viviendo un auténtico Black Friday. Las claves, los campos obligatorios, los rechazos. Pero un lavarropas era necesario. El lavadero no integró su lista de “prioritarios” cuando buscó casa donde mudarse. Pensando en las alternativas, se dejó convencer por el sueño, pactó con él una tregua a su resistencia, acordando ofrecer una vez más la tarjeta al circuito online.
Salió del cuarto siguiendo el camino que le marcaba la Luna y, ya fuera, cruzó en dos saltos el pasillo. Entró en la cocina y lo vio. Todas las funciones iluminadas en el tablero y un F2 que titilaba. Algo estaba fuera de control. Jamás había visto el display del lavarropas en ese estado de enajenación. Programada por su sueño, se agachó y destapó el caño de purga. Si esa idea tan clara y tan precisa la había despertado en medio de la noche, pensaba, tenía que ser una señal. Una revelación que pasó a su consciente en un rayo de Luna. Giró el obturador y así salieron al exterior algunas cosas: una pulserita, una moneda y jabón sucio. Lo paradojal de este último hallazgo la hizo reír. Sin volver a tapar el caño hasta comprobar la eficacia del tratamiento, intentó forzar el apagado. Accionó el Off una y otra vez. Por fin logró tranquilizar al display, tras la capitulación del F2. Había vencido. Sin pensarlo demasiado, echó el jabón en la cubeta, preparándose para ver el resultado de su alunada intervención. Escuchó el ruido del agua ingresando triunfante en el tambor. ¡Veni Vidi Vici!, dijo y con el índice en On, reinició el lavado de su desvelo.
Aún en las mieles de la victoria, fue a abrirle la puerta a Benito que pedía salir al jardín. Él, como los lavarropas, activa su metabolismo con el encendido de la luz. ¡Qué linda se veía la Luna! Esperó a Benito en la galería mirando el cielo. Daba gusto tomarse un rato y disfrutar de tan bella madrugada de la primavera que estrenaba en Canning. En ese estado espiritual, María volvió a la cocina, y chapoteando en la espuma, pudo comprobar también la incidencia de la Luna sobre las mareas.
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