Por La Dedos Negros | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses
Tres de nuestros personajes más queridos del pueblo se marcharon en tres estaciones distintas. Dejo mi testimonio para recordarlos al pie del andén regido por el dios Cronos.
INVIERNO. Este invierno se nos fue Carlitos. El frío habrá dado su última estocada y nos escamoteó la bonhomía de saber que siempre estaba por ahí. Abonado a unas baldosas en la vereda del Atlético Ezeiza, su lugar en el mundo se completaba con algún marco de ventana cercano donde hubiere sol o sombra, según la época y el estado climatológico, y un cuartito arriba de lo que era la cancha de bochas. Atento a todos los puntos cardinales, saludaba con los brazos pinochescos a casi todos, como político en campaña. Calculamos que hacía unos 40 años que Carlitos estaba aquerenciado en el club. Instalado definitivamente, unos años menos cuando se quedó sin familia: una tía que vivía por el fondo. Testigo sin opinión de bailes giratorios en la cancha de básquet, trifulcas en la esquina, mandadero oficial de Juanita. Saludamos con venia y cabeza de costadito al único habitante permanente de ese lado de la calle French.
VERANO. Gustavo nos dejó antes, en el verano. Su deambular era más reciente. Su presencia la imponía con alguna frase célebre que embocaba como una pelota al arco del pasante casual: “Hay que matarlos a todos” o “Están todos locos”. Y sus ojos grandes perforaban buscando otro par de ojos hasta encontrar respuesta, que surgía de corte fundamentalista, al uso nostro en las épocas que atravesamos. Era un Juan Botazo que amaba a los animales y al que le gustaban los dulces. La perra Pequi aún deambula buscando a su protector, husmeando las huellas de fuego y tratando de no quemarse los rubios bigotes.
PRIMAVERA. Hace unos días, de tanto sol se nos dio por la jardinería y dejamos todas las puertas abiertas para que el abrazo del pulpo amarillo llegue hasta la cueva de los ratones. Pastos, ramas y raíces secas, cambio de macetas, ¡qué lindos los nuevos brotes! ¡Viva la primavera! Suena el teléfono de línea. Atiende Jorge Luis Tomás Burgos y escucho que habla con un poeta inglés. “Murió El Loco de la Cinta”, comenta Jorge al colgar y entorna agobiada su mirada por el peso del recuerdo. Tatá (como también le decíamos) ya tenía como cincuenta y pico, y parece que hace un ratito lo esquivábamos por los andenes, haciendo flamear una cinta, con su ecolálico arreo del aire en una sola rienda. Era un Upa eterno adherido a ese cordón umbilical, un pañaludo con alfiler de gancho sin su Patoruzú, al que siempre veremos entre las sombras de la ruta 205 y las vías.
CODA. En el pocito del compost va todo lo biodegradable, como esta Dedos Negros que escribe entreverando imágenes sepias y tierra gastada con el adiós a estos tres lindos que ya antes de fallecer vivían en otro planeta.
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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024
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