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En la vía, a la luz de la luna
Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En el barrio La Flecha vivía un muchacho tan melancólico como distraído. Algunos vecinos comentan que muchas veces lo vieron a Joaquín recostado en los rieles cerca de la estación de Carlos Spegazzini, en horas de la madrugaba, y más de uno afirma con cierta malicia que su intención era que lo pisara un tren, pero no chequeaba bien los horarios y no acertaba nunca. Quienes viven en esta zona saben que las vías producen atracción cuando una vida se transforma en un ejercicio agotador. Sin embargo, a Joaquín nadie lo conocía bien e injustamente asociaban sus costumbres taciturnas con esta tendencia que suele recrudecer en momentos de crisis. Llamó la atención que, de un día para el otro, comenzó a vérsele a la luz del sol. Enseguida se comentó que había empezado a cursar una carrera en la Universidad de Ezeiza o en Lanús, que se había integrado a una barra de amigos y que, especialmente, había conocido a una muchacha metalera que lo cautivó con una remera que decía: “Evita Not Dead”. La chica tocaba el bajo con la actitud de Lemmy Kilmister, y su remera daba cuenta del nombre del grupo que tenía junto a dos amigas. Si bien muchos opinan que esa música era una bola de ruido incomprensible, para Joaquín aquella masa sonora (que escuchó primero en YouTube y luego en vivo) eran los acordes de una sinfonía celestial. Como él ya no está en el barrio La Flecha, difícilmente se sepa si es verdad todo esto, o, bien, se trata de una simple fantasía de un vendedor de chipá, don Tito, quien ofrece sus productos cerca de la estación de Spegazzini, sobre la 205. Fanático de Motörhead, Tito Chipá me relató estos detalles tiempo atrás, cuando le compré una porción, y me contó también que un viernes de primavera el pibe estaba por cruzar las vías con los auriculares puestos, sin darse cuenta de que un tren carguero avanzaba a toda velocidad. Fue el mismo Tito que lo habría salvado de las afiladas garras del tren, luego de correr y detenerlo antes de dar el fatídico paso. Desde aquel entonces, don Tito comenzó a sentirse responsable por Joaquín y vigilaba que pasara correctamente las vías, hasta que no lo vio más por allí, y tampoco pudo dar con su familia o con alguien que conociera a las Evita Not Dead. A sus clientes, como a mí, suele preguntarles por un muchacho vestido de negro, que le gusta el heavy metal y que anda con una mochila repleta de pins colgada de un hombro. Tito quiere saber cómo anda su amigo Joaquín, quien le hace acordar a él cuando era joven. Le preocupa que, habiendo dejado atrás la melancólica noche, una distracción lo termine conduciendo hacia una desgracia a plena luz del día.
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