—Crucemos. A ver si viene algún colectivo —me dijo mi mujer con la lucidez que requería el momento.
Asentí. Miré para ambos lados de la ruta. Nada. Mientras cruzamos, consulté la hora: 1.07. Habíamos alcanzado a subir la última combi que salía desde Capital para Suárez. Para quienes vivimos en el Conurbano, un día de paseo familiar por Capital tiene sus encantos... y sus costos. Nos sentamos en la parada de colectivos. Esperamos... A lo lejos se veía un grupo de jóvenes divirtiéndose. Por un momento, me sentí muy adulto.
—¿Te está sonando el celu? ¿Quién te llama a esta hora? —me increpó mi mujer.
—No, el mío no es. Se me murió la batería en el viaje. ¿Será el tuyo?
Antes de que me respondiera, nos dimos cuenta de que el sonido venía de nuestras espaldas. Al principio, se escuchaba lejano. Una música suave, con melodías agradables, alegres. Mezcla de violines con sonoridades infantiles. Para nuestra sorpresa, mi hija (dormida, en brazos de mi pareja) empezó a cantar sobre esa extraña canción. Nos dimos vuelta. El arco de entrada a Barrio Del Plata se veía iluminado. La música salía desde el medio de la estructura de concreto. No había nadie. Ni nada. Nos dimos cuenta de que ya llegaba un colectivo. Nos subimos. Al otro día, nos despertamos y una noticia nos heló la sangre: “Una orquesta infantil, que viajaba a dar un concierto a beneficio, desapareció en la ruta 205, altura Spegazzini”.
(*) Psicólogo, psicodramatista y escritor. Coordina el Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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