Por Tomassini | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses
El Tano Gutiérrez era uno de los varios tamberos que vivía en la zona del actual Aeropuerto Ministro Pistarini. Hombre solitario, le gustaba tomar ginebra en el bar de Gaddini donde se ponía al día con todas las novedades: fútbol, economía, clima y el chusmerío de los vecinos. Un día, en medio del ordeñe, se le apareció una gitana. Se presentó cortésmente y le pidió un vaso de leche. El italiano le dijo el precio. La gitana, al no tener dinero, ofreció leerle el futuro. El Tano vaciló, pero aceptó intrigado e hizo señas para que continuara. A la gitana le cambió el semblante y la voz, que se volvieron más lúgubres, y dijo que en esa zona los tambos declinarían su actividad y que él debía elegir entre dos caminos: uno, vender su terreno y sumarse a la transformación que se avecinaba, o dos, resistirse y, así, encontrar el amor de su vida en una mujer a quien no había mirado con atención. Gutiérrez se enojó por la respuesta, echó a la gitana y siguió laburando, mientras dudaba de la veracidad de la predicción. A los pocos días, el Tano fue al bar de Gaddini y se encontró con otros tamberos quejándose porque se les había informado sobre la creación de un área para el aterrizaje y despegue de aviones, que afectaría sus establecimientos. La noticia incluía la compra de los terrenos por parte del Estado a buen precio y la posibilidad de integrar al equipo de construcción del Aeropuerto. Esto asombró y enojó más al Tano. Después de unas ginebras fue al campo a reflexionar, y surgió un sentimiento inesperado: la inquietud ante la posibilidad de la llegada del amor. Con el paso de los días, y tras algunos cabildeos, los demás tamberos aceptaron que el progreso era inevitable y vendieron. Algunos lograron mejores tratos que otros, y varios se sumaron a la obra. Gutiérrez, angustiado, se preguntaba si la decisión de aguantar era la correcta. Ya con el proyecto en marcha, otros lecheros le advirtieron que, una vez terminado el período de negociación, lo obligarían a marcharse. El Tano empezó a desesperarse, pero al no poder hacer nada para cambiar su destino... no hizo nada. Llegó entonces el día del desalojo y tocó a su puerta la gitana, quien había conseguido trabajo en el Aeropuerto. Con un simple movimiento de pestañas, fue amor a segunda vista.
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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024
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