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La Palabra de Ezeiza | Abril de 2024

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"La humanidad aumentada", de Éric Sadin

El libro avanza en conceptualizaciones precisas que alejan la reflexión de la querella banal entre tecnófilos y tecnófobos.

Por Graciela Speranza (Agencia Télam). Al ritmo acelerado de Twitter o de Whatsapp, el tráiler de la segunda temporada de la oscurísima serie británica "Black Mirror" resume el ascenso y la caída de la utopía cibernética en menos de sesenta segundos. Rostros sonrientes frente a las cámaras de los celulares, imágenes que se deslizan dóciles en las tabletas, gente que se conecta, celebra, comparte, consume o viaja a través de las pantallas desfilan al compás de una andanada de consignas, que una voz metálica repite como un mantra: "Vive más. Conéctate más. Comparte más. Sonríe más. Consume más. Recuerda más. Haz más.... Más... más... más... Sé tú mismo ahora más." Pero entre las imágenes coloridas empiezan a colarse otras, flashes de un mundo sombrío velado por las pantallas, hasta que el cristal negro se astilla y se quiebra como el espejo oscuro del título: "El futuro se ha hecho pedazos".
Más, más, más... De eso precisamente habla "La humanidad aumentada", la tercera entrega de la trilogía del francés Éric Sadin ("Surveillance globale", 2009; "La société de l'anticipation", 2011), pero su disección sutil de las mutaciones tecnológicas de la vida contemporánea cala más hondo que las mejores ficciones tecnoparanoicas de la imaginación fantástica. No son pocas las alarmas que desde la sociología, la antropología, el periodismo o las mismas pantallas vienen invirtiendo el signo de la fascinación eufórica que en los 80 acompañó el despertar de la "era del acceso", pero faltaba una intelección cabal de la nueva "era del mundo digitalmente administrado", que ni las estadísticas de los sociólogos, ni la vulgata de los informes periodísticos puede calibrar en sus alcances fenomenológicos. Con fundamentos filosóficos, argumentación clara y ese envidiable don francés de la nominación que brilla en los ensayos de Virilio, Baudrillard, Lyotard o antes en Barthes, "La humanidad aumentada" avanza en conceptualizaciones precisas que alejan la reflexión de la querella banal entre tecnófilos y tecnófobos.
Sadin no desdeña la imaginación apocalíptica de la ciencia ficción pero desecha las versiones espectaculares de un superhombre maquínico que somete a los humanos al estilo de "Blade Runner", "Terminator" o "Robocop", o incluso de la absorción en los flujos electrónicos de una matriz omnipotente al modo de "Tron" o "Matrix". Elige en cambio un clásico o, más bien, un personaje-robot ya clásico, Hal 9000, como figura en parte premonitoria de una "sobrehumanidad" de otro orden. La computadora súper potente de "2001 Odisea del Espacio" no conspira contra los humanos de la nave Discovery One sino que los secunda de la mejor manera posible, y en esa premonición anticipa en medio siglo el lugar de la inteligencia artificial del siglo XXI. Sin ninguna disposición a la rebelión sino más bien a asistir a los humanos bajo modalidades cada vez más subrepticias y opacas, las computadoras y los smartphones de las últimas décadas materializaron un "acoplamiento humano-maquínico" que amplió nuestros límites cognitivos y delegó nuestras decisiones en una suerte de "administración robotizada de la existencia". "Clarividencia computacional", resume Sadin, en manos de una especie de "demiurgo electrónico".
La revolución digital se ha naturalizado en la vida cotidiana al punto de invisibilizar la magnitud de los fenómenos: la "duplicación algebraica" del mundo en una capa cifrada que media nuestra relación con los hechos y las cosas; la suplantación del medio natural por un "medio técnico"; la generación de una megaestructura multiforme de cimientos imperceptibles que obedece a nuestros deseos, elaborada sin embargo para actuar de modo cada vez más autónomo con cálculos automatizados y sofisticados algoritmos. En esa hibridación impalpable, no ya de prótesis robóticas sino de cuerpos y códigos digitales, Sadin ve perfilarse una mutación epistemológica y antropológica: asistida por las máquinas en la vida cotidiana, cuantificada, mercantilizada y regulada sin pausa, la humanidad ya no está reducida a sus propios límites cognitivos, sino "aumentada" en sus facultades de juicio y de decisión, en una nueva realidad "antrobológica".

Pero la duplicación digital del mundo en un universo paralelo, misteriosamente custodiado y oculto en "nubes" de datos, es solo el umbral de un acopio y una matematización fenomenal de la información: el cloud computing, el trading algorítmico, el Big Data. Crece exponencialmente a través de Google, las redes sociales y millones de aplicaciones, que no sólo contribuyen al "advenimiento de una vida continuamente piloteada por agentes incorpóreos", sino que operan con la colaboración voluntaria de los usuarios. La etapa siguiente, sorprendentemente exitosa en su anticipo lúdico -Pokémon- y en marcha en el perfeccionamiento de los anteojos Google o el auto inteligente, quiere intensificar y "aumentar" la realidad en términos literales, con información agregada a las pantallas, no perceptible directamente por los sentidos. Si se trata de vivir más intensamente como reza el mantra del tráiler de "Black Mirror", una "doble fuente cognitiva" ofrece un presente "enriquecido", que Sadin analiza como un salto significativo en términos filosóficos: "una nueva epojé ontológica, en tanto nueva constelación histórica de la inteligibilidad."
La oscuridad de los mecanismos, sus poderes de interpretación, anticipación, control y decisión delegada se evaporan sin embargo en el glamour de objetos bellos, deseables, depositarios del afecto de los usuarios. El vínculo compulsivo con el teléfono móvil, las relaciones adictivas con Internet, el "geekismo" frente a las nuevas maravillas tecnológicas o la idolatría pagana del iPhone revelan un fetichismo de nuevo cuño que rompe con el desencantamiento del mundo que describió Max Weber y dota a la técnica de una dimensión totémica, un "cotidiano sobrenatural" o un "sagrado prosaico". No sorprende que los efectos larvados de esas mutaciones hayan empezado a explotarse en las prácticas políticas; Sadin observa el surgimiento de una "gubernamentabilidad algorítmica", movida por estadísticas e inferencias proyectivas destinadas a regular el campo social sin fricciones, en una especie de "alisado social algorítmico".
"Internet va a desaparecer", anunció en 2015 Eric Schmidt, el presidente ejecutivo de Google, aunque en realidad quería decir que muy pronto la red será tan ubicua que ya ni siquiera la veremos. La ironía sinuosa describe bien la conquista integral de la vida y la organización numérica del mundo que avanza felizmente desde las grandes corporaciones del Silicon Valley y Sadin analiza en sus ensayos más recientes: "La vie algoritmique" (2015) y "La siliconisation du monde" (2016). Enceguecida por el resplandor del saber artificial, reencantada por la gracia de la dimensión lúdica y placentera de la tecnología, la humanidad parece no haber reparado en la inmersión cada vez más profunda en un mundo digitalmente duplicado y administrado. Como la tripulación del Discovery One de "2001...", es hora de que tome distancia del omnipotente Hal para protegerse de sí misma y recuperar su condición soberana.
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